Al castellano

Aquí presento la versión traducida de algunos textos publicados en catalán.

Marc y el mundo (I)

Marc era un chico inquieto. Desde siempre. Pero nunca no lo habriais dicho por su presentación visual. Más bien tendía a la pasividad, era más de escuchar que de charlar, prefería secundar antes que liderar, y cuando caía un tenedor al suelo, si podía evitar levantarse a recogerlo,  esperaba que alguien  alzara el culo de la silla. Era, quizás, aquello que a menudo se  define como “un espíritu contemplativo” más que un hombre de acción. Pero su cabeza siempre fue una olla en ebullición constante, intentando destilar diapositivas claras sobre el curso de las cosas y del mundo.
Marc era un chico -bien, quizás ya no era tan chico- a quien le daba una enorme pereza jugar a aquel juego en que un jugador se queda de pie porque todos los otros se han dado prisa en sentarse después de dar vueltas y más vueltas en torno a un grupo de taburetes. Le daba igual quedarse de pie, porque sabía que al cabo de poco el juego volvería a empezar. Él prefería mirar la cara de los otros jugadores y curiosear dentro de sus cámaras interiores.
Marc quiso adoptar a una niña, después de verla jugar a “fet i amagar” -aquellos niños decían al “escondite”, igual que cuando él jugaba de pequeño. La niña era la más pequeña del grupo, y mientras paraba, mientras contaba hasta veinte, interrumpió la cuenta porque una hormiga que paseaba por la pared la distrajo. “Esta niña es como yo”, pensó. “Si puedo me la llevo a casa.”
Sí, Marc había perdido muchos trenes por ir demasiado justo de tiempo y al último momento distraerse con un papel enganchado en la puerta del bar de la estación. Pero bien, al final siempre cogía el último tren de la tarde, el qué más paradas hacía, el que paseaba por todas las subidas y bajadas de un paisaje nuevo.
Marc conoció el Elsa, una chica de acción trepidante y de orden elemental. Una de aquellas chicas que entienden que el orden del mundo se construye a partir de una cocina arreglada y de una carpeta con los recibos de la luz y el agua al día. Y por descontado, a partir de un pelo fresco y de una sonrisa gratis.
Un día quedaron para cenar en casa de él, y a media tarde Elsa le llamó por teléfono.
-Marc, ya te dije que si no tienes el piso arreglado no habrá tortilla de patatas. Que te conozco.
Y Marc se dio prisa en arreglar las cajas de libros, la ropa, los prismáticos para espiar a las palomas, las brújulas de plástico y quinientos objetos más del todo inverosímiles. Entre tanto arreglo a fondo encontró un viejo cajón donde guardaba recortes de periódico y papeles manuscritos. Una inesperada ventana abierta al pasado, empolvada, pero viva. Decidió abrirla y empezó a leer.
Encontró una carta dirigida a su hermano, que estaba a punto de acabar el servicio militar.
“Mira, Pau, ahora el mundo va bien. Los rusos han visto finalmente que tienen que incorporarse progresivamente a la economía de mercado, y así es como lo harán. He leído que en veinte años crearán un tejido productivo próspero y una clase media que les llevará a un sistema democrático estable. Se están desarmando, tanto ellos como los yanquis, y bla, bla, bla…”
Y bajo aquella carta vio un montón de recortes, reportajes, artículos, revistas viejas … no había duda: todo aquello se tenía que leer.
Miró el reloj: las seis menos cuarto. Tenía tiempo. El arreglo podía esperar.

(continuará)

Pincelada

Llega a mis pies, botando. Es una pelota de plástico blanco con pentágonos negros, pintados. Bien hinchadita, bota bien, pero es de aquellas pelotas que cuando chutas alto quedan a merced del aire, y hacen eses inesperadas y despistan a los pequeños jugadores que esperan con deleite a que vuelva a tocar el suelo y el juego continue. Es una pelota de aquellas de cuando éramos pequeños, y dentro de la clase, de escondidas de la señorita, antes de salir al patio, comprovábamos si botaba bien, calibrando las posibilidades de vivir gracias a ella un intenso partido de patio de escuela, el más intenso que nunca se hubiera jugado, el único, el irrepetible, por ser el único que teníamos, a tocar, a diez minutos del timbre de la hora del recreo. No, no era la pelota que habríamos deseado -no era de “cueru”, como decíamos entonces- pero concentraba millones de ilusiones expansivas y heroicas.
Llega a mis pies, y la chuto, raso, y vuelve a sus amos y señores, y el partido de calle continúa. Detrás suyo corren a una niña china, pequeña, con trenzas y camiseta azulgrana nueva, un niño gordete de fisonomías andinas, con el pelo casi al cero, un palillo de piel color café con leche, y cuatro o cinco más que conforman un curioso y abigarrado calidoscopio de saltitos y gritos y sudores de tarde que declina, y no hace falta mucho más para ser feliz en medio de un círculo de tiempo detenido. Es una calle del Raval, estrecho, y la pelota rebota en las paredes, en los pies, en las risas. Yo atravieso el denso grupito de futbolistas y sigo calle hacia allá. En las puertas de los comercios -carnicería kasher, barbería, supermercado- hombres de dos en dos, quizás vietnamitas, pakistaníes, de raza indefinida y mezclada, hablan, se distraen o fuman.
Me voy hacia allá, y llego a Ronda Sant Antoni, para ir a buscar Sepúlveda. Quisiera que apareciese un autobús que no encuentro, que me dejara al cabo de la calle por el lado por donde se pone el sol, junto a la Plaza España. Decido caminar. Huele a Barcelona, a mar cercano sin olor de sal, a tarde suave. Hay poco tráfico, y algunos comercios empiezan a cerrar. De repente uno deportivo descapotable ruge, feroz, potente. Su conductor, engominado, de pelo negro a juego con las gafas hasta cierto punto innecesarias. Él coche se pierde hacia allá, y miro en un chaflán una tienda de informática que ha quedado abandonada; facturas, impagados, pérdidas. En los cristales, sucios de días, alguien, con espray azul, ha pintado “Que rebiente todo”.
Llego finalmente al sitio, y me espero. La chica me pregunta, y me dice que Manel ahora me atenderá.
-Manel, no sé si te acuerdas, debió ser en el 2006, que vine por aquí …
-Sí, sí. Espérate, que te busco. Bien, me falta una hoja, pero ya lo encontraré. Sí, me acuerdo. Déjame tu teléfono … ¿lo tengo, eh? Pero por si acaso. ¿Supongo que quieres que volvemos a montar alguna historia, no?
-Sí, estaría bien. Quedé contento entonces. ¿Me llamarás, pues?
-Sí, sí, tengo que saber cómo tengo las fechas. ¿Te urge?
-No, si fuera por septiembre no passaría nada …
Juraría que sí, que se acordaba, pero vete a saber. Es Barcelona, y todos los granitos de arena son anónimos bajo los pies del tiempo, bajo la ola que duerme a la playa.
Me meto en el metro, y cuando salga ya me acompañará la noche y una brisa más fresca sobre la piel. Y de alguna forma un día más habrá hecho su efímero paso por nuestras vidas. Saldré del metro y será de noche, pero recordaré cómo aquella misma mañana, paseando por otro rincón de esta ciudad, la copa de un árbol recortaba en verde el fondo azul del cielo. El verde y el azul, intensos, sobrepuestos, cogidos de la mano, los colores de un Sur de luz, porque Barcelona es Sur cuando no se viste de Norte si el cielo es gris, brumoso y bajo, como en la tarde de hoy.
Es Sur y es Norte, y tantas cosas más que tan sólo se pueden explicar poco a poco.

Paraules Efímeres, 31 de mayo de 2009

No se estila mucho

Heredar una colección de sellos, mirarla y remirarla, cada noche, cada tarde. Y cuando alguien te dice “esto debe valer una pasta” levantar la vista, perderla en el infinito siendo consciente de que ni te lo habías planteado.

Encargar a un impresor un ex-libris, con la figura de una musa romántica. Quizás con la imagen de una amazona guerrera y sabia. Y cuando el impresor te pregunte si quieres que tenga un pecho descubierto decirle que sí.

Enviar un e-mail que diga: “Te he escrito una carta.”

Embelesarse ante el Ferrari rojo que pasa de los cero a los cien en cuatro segundos, y al día siguiente empezar un viaje a pie.

Que te inviten al amor y sepas perderte en los vericuetos de los prolegómenos.

Dispersiones

Vivir al lado del mar tiene cosas. Como  respirar, a las seis de la tarde, un suave viento de mar, que alarga tanto como puede su presencia. Un aire de mar discreto, de primavera joven, que aún  no se atreve a lucir todo  su potencial, toda  su cabellera desplegada. En un espacio abierto, de extrarradio de ciudad, esto puede pasar. Las seis no son horas de aires marinos, pero ahí estaban.

Insólitamente, venían caregados de un intensísimo e industrializado olor a suavizante.

………………..

Y canta. Con ojos de reina mora. No sabe cómo quiere que sea su  vestido para la boda de su hermana. Y canta. Y no hace mucho de gran provecho, pero es un cascabel ingenuo, que ya quiere empezar a volar, y a tintinear, un poquito más alto.

No entiendo cómo algunos, a la vista de ciertas realidades creadas, en nombre de no-sé-qué de unas patrias puras, se pueden plantear expulsar la sal i la risa, la riqueza del contraste. La piel morena.

………………..

No tenses demasiado la cuerda. No impongas tu ley a precio de saldo. Que la paciencia de los prudentes no es más que, a veces, un sensatísimo -y  fragilísimo- hilo de inteligencia.

………………..

Unas cuantas veces te he oído tocar. Con  escepticismo he recibido casi siempre tu talento indiscutible, rotundo, innegable. En justícia, lo debes todo al talento más que a la Fortuna que aparentmente te asegura tu apellido. Ayer, por primera vez, te oí hablar. Me gustó lo que dijistes.

Si la vida te da limones, coge limones,” decías. Con razón. Me hicistes pensar.

………………..

No quieras matar al dragón. Intenta domesticarlo.

Paraules Efímeres, 23 de abril de 2009

Esencia

Y  si con un preciso movimiento de tus dedos se hace la belleza en cualquier rincón de este mundo perdido, si cada mirada tuya es la caricia de un yo hecho tu, si eres musa y eres ángel, si eres arco iris en la piel de una pompa de jabón… dime qué palabras necessito para  definirte mejor.

Ayer por la tarde, hace veinte años.

Un día llegaste, todo entusiasmado, porque al fin sabías el significado de Smoke on the water:

-¡¡Fumando en el váter!!

Era normal en ti. Nunca tuviste demasiadas habilidades idiomáticas. Tu currículum académico no era, precisamente, para enmarcar. Los exámenes finales de trecero de BUP fueron para ti un puro trámite: firmar e irse. Pero de todos eras quien más buen corazón tenía. A quien más le brillaban los ojos cuando hablaba de música, o de músicos, o de pintores. Quien menos aires de superioridad gastaba. Yo, que era el pequeño de aquel grupito de pseudo-hippies, te recuerdo como el más noble y más bueno, como el que más temple y más ilusión gastaba por la vida, y con quien más a gusto pasaba los ratos. Me gustaba tu generosidad, la intensidad con que bebías cada trago de existencia. A veces tenías prontos extraños, pero nunca dejaste colgado nadie a quien hubieras leído el alma y hubieras encontrado la luz que también tú buscabas. Que leer almas, pese a tu senzillez, sabías.

Hay una forma de vivir para los quien piensan, y otra para los que sienten. Y a menudo pasa que unos y otros acaban viviendo en países diferentes. Y sin querer saber demasiado los unos de los otros.

Últimamente miro bastante al reloj. Me doy cuenta de que, como si nada, pueden haber pasado quince, veinte, veinticinco años de golpe. Que muy a menudo, últimamente, el pasado viene de visita y que el pasado no es más que un hilo de conversación que interrumpimos ayer. Sí, ayer mismo, no hace falta ir más lejos.

Por eso, viejo amigo con apellido de poeta, no se me hace extraño haberte reencontrado, como si nada, al cabo de tantos años, viviendo en el país de quienes sienten, de quienes no sufren el roimiento del dinero no ganado, en el país de quienes han vivido únicamente por la pasión y por la obsesión de crear. De quienes viven instalados en el dulce fracaso de ser cada día más libres, porque cada día que pasa miran el mundo desde más lejos y no tienen miedo de escupir un “no” a la cara de los hipócritas. De quienes no se dejan atrapar nada fácilmente, pero que cuando hace falta se regalan. De quienes pintan la vida como si la vida se les escapase en cada pincelada.

Sé dónde encontrarte, y sé que un día iré a verte, y que las cosas de hace veinte años serán las de ayer por la tarde, y que como entonces no necesitaremos gran cosa, quizás sólo mirar cómo la puesta de sol de verano dora las huertas y las aguas, con el bochorno de la tarde que ya va de baja, con el atardecer que ya refresca el aire. Como hace veinte años -o más-, como cuando todavía estaba todo por hacer pero un pequeño destino ya nos anunciaba que acabaríamos siendo lo que hoy somos.

Música para el texto: Smoke dónde the water, Deep Purple

Al otro lado

Hay vida real detrás de la pantalla de nuestros ordenadores. Hay seres de verdad que escriben porque piensan, porque sienten, porque opinan, porque creen que tienen algo a decir. Que de vez en cuando tienen la gratificante experiencia de saber que alguien los lee, y que incluso les gusta el que hacen. Lo que hacen. Hay la bonita sensación de saber que hay alguien al otro lado del espejo (la frase no es mía, es de la querida Alegría de la huerta). Cuando empecé a escribir aquí, de esto ya hace casi un año y siete meses, contaba con el fiel apoyo de alguien que también escribía, que tenía un blog muy curioso en qué hablaba de otros blogs y que siempre tenía un comentario amable de apoyo para el que yo escribía. Una voz que de vez en cuando callaba, pero que pasado cierto tiempo reaparecía y volvía a salpicar de gracia, sinceridad y positividad los blogs que le gustaban, entre los cuales este. Pero ya hace tiempoo que esta voz está escondida detrás de un silencio espeso. Cuando visito el lugar dónde escribía no encuentro más que una casa abandonada. Un lugar con las trazas de una vida pretérita, con las señales y las improntas de alguien que tuvo que dejar su casa  de forma inesperada, sin tiempo a recoger las cosas de la mesa ni asear el salón por si venden visitas. Sé, porque alguien de carne y huesos me lo dijo -ha sido el único golpe en qué he saltado al otro lado del espejo-, que quizás esta persona, en cuanto que ser no virtual, en cuanto que ser real que quiere vivir, no se acaba de encontrar del todo bien. Es una manera suave de decirlo. Tenía indicios. Al saberlo me supo mucho mal, pero al fin y al cabo era sólo una suposición, bien fundada, pero una suposición.

Pero ahora ya hace mucho tiempo que el silencio dura. Y puedo decir que es un silencio que no responde. Y temo que, al otro lado del espejo, de este espejo de ficción, al otro lado, dónde está la vida de verdad -igual que en este lado de aquí- haya un punto oscuro donde tiempo atrás había habido un de luz intensa.

Recuerdos del Norte

Quedamos a las seis en Muntplein. Hacía una tarde fría. Había visto llover, tras los ventanales de un café con vistas al canal de Prinsengracht, entre humo y conversaciones. Parecía que aquella ciudad estaba permanentemente condenada a vivir bajo el gris de un cielo bajo y hostil. Parecía que los colores de la vida sólo podían brotar de los espíritus siempre creativos, siempre originales de los habitantes de aquella ciudad, nunca de la raíz cromática y real de las cosas, pero de camino a Muntplein una ojeada de sol, de un sol decadente y esforzado, encendió de golpe el rojo, el blanco y el rosa de los tulipanes, rebotó con elegancia sobre el negro y húmedo adoquinado de la calzada, y despertó reflejos verde-esmeralda al fondo del canal.

Entre el tránsito de bicicletas y peatones llegaste, inconfundible. Se nos hacía extraño encontrarnos allí, tan lejos de lo que era nuestra casa, más lejos todavía de lo que era tu casa de verdad. Pero parecía que cualquier parte del mundo era para ti algo como tu casa, que ya no había lugar que no consideraras tuyo, porque tu lugar de verdad hacía tiempo que lo habías dejado atrás, muy atrás.

Entre dos cervezas suaves, al estilo del país, me explicaste cosas de como te iba por allá. Cosas sorpendentes sobre la ciudad, como por ejemplo que no había prácticamente viejos por la calle. Aquella era una ciudad de jóvenes, o cuanto menos de gente que no se pudiera considerar vieja. Me explicaste que era la ciudad menos sostenible de Europa, puesto que cada casa debía tener secadora eléctrica por carencia de tendederos exteriores. La lluvia, la humedad. El mar, dos ríos, los canales, el agua del cielo y la agua de la tierra en constante comunión en aquel rincón, en aquel culo de mundo.

Me presentaste a Nicole, que me despistaba con su acento extraño, que decía norf en vez de north, y cosas así; conocí a aquel chico, pianista de Surinam, con quien fue curioso hablar de Herbie Hancock y de su pieza más lírica, Dolphin Dance. Se desplegaba un mundo insospechado, de efímeros encuentros pero que en ningún momento parecía que lo debieran ser, y que lo han acabado siendo, al fin y al cabo. Pero todos nos sentimos ciudadanos del mundo durante aquellas horas, y hoy me hago cruces de que haya quien condene este concepto, en pro de no sé qué purezas y qué compromisos con no sé qué esencias patrias y sandeces así.

Pasó la tarde, y se hizo de noche muy de golpe, muy bruscamente, y yo dormía fuera de la ciudad. Me acompañaste a la estación de autobuses. Las calles eran oscuras, y pasaba poca gente. De vez en cuando, el tranvía, nos hacía apartar. Cierro los ojos y es como si lo sintiera pasar, haciendo vibrar el pavimento con su pesadez, y haciendo vibrar el aire con su toque de campana, a veces sencillo, a veces doble.

Al día siguiente nos volvimos a ver. Volvimos a quedar en Muntplein, a las seis. Y también el día fue gris, y no se cansaba de llover, y la fina lluvia sobre los canales me inspiró una melodía que durante años llevé dentro la cabeza, hasta que un día la puse sobre papel. Tú no lo sabes porque nunca te lo he dicho. Porque ahora que nos volvemos a ver y ya no estamos en aquella ciudad no hablamos de aquellos días. Hablamos de otras cosas, como si los años no hubiesen pasado, y el caso es que sí que han pasado. De cosas, generales a veces, inverosímiles también, como esta última vez, qué hablamos una hora seguida del reglamento del béisbol.

Todo esto, todos estos recuerdos me han venido hoy. Eran también las seis, el cielo era gris, pero no ha habido ninguna ojeada de sol, ni se han encendido los tulipanes, ni estaba en el concurrido sector del Muntplein. Estaba en mi casa y me estaba comiendo una magdalena, tenía hambre. No era la magdalena de Proust, pero mientras la saboreaba, todo aquellos recuerdos del Norte se han ido cogiendo de la mano, uno por uno, lentamente.

Salón Sideral

No hablan. Quiero decir que no conversan. A veces ni se miran. Sólo, de vez en cuando, sueltan una frase. Atrapan burbujas en jaulas de sujeto-verbo-complementos. Toman té en uno de los últimos Salones Siderales que todavía quedan abiertos.

Aunque se pusieron de moda ya hace un tiempo -fueron un auténtico boom– la mayoría de Salones Siderales han ido cerrando por falta de clientes. El que ellos dos frecuentan -de hecho pasan todas las horas de todos los días- es un salón que tiene vistas al límite del Universo, una especie de piel gelatinosa, como de làtex, al otro lado del cual se entrevé una luz extranya, como de atardecer virtual.

Tom perdió la nave misteriosamente, un día, quien sabe cuanto hace de esto, y nunca jamás nadie supo de él. Hoy bebe un trago de té rojo y dice:

La contemplación de lo bello despierta en quien mira un noble deseo de imitación.

Starman ni siquiera asiente. Con la mirada ausente, recuerda que nunca quiso bajar a la Tierra por no transtornar las mentes de los ingenuos terrícolas. Hoy las cejas se le han vuelto blancas como las nieves eternas del Kilimanjaro. Pasan dos horas en silencio. Starman habla:

La evolución que no se fonementa en una correcta recapitulación no es más que decadencia.

Tom espera. Con un nuevo trago de té se toma la última píldora priteínica que le queda. Después dice:

Nuestros ojos son los ojos de un Universo que se mira. Cuando nuestros ojos se cierren, el Universo perderá la conciencia.

Si muere el Joker muere el juego.

Yo no me llamo José, ni tú Ana María Maya.

Y callan. Callan durante seis infinitos. Al cabo de este segundo eterno Tom examina el fondo de su tacita de porcelana.

-Hace mucho que David no viene por aquí. Desde que se ha casado no se le ve el pelo.

-No, no es por esto. Es porque es artista y tiene otro trabajo que filosofar.

(Agraidecimientos a J.G., traficante de ideas)

En un momento

Verde de mar, agua clara, limpia, luminosa. Verde de mar que el ojo atrapa y expande, mudándolo en azul intenso. Y al final, un horizonte salpicado de velas blancas. Las de ayer, las de siempre. Velas sobre un azul milenario, banderas bajo la brisa de un mar de civilidad.

Todo se para en un momento, un momento mágico que si hoy ya te atrapa, mañana será un recuerdo aureo.

La belleza de hoy, la nostalgia del mañana.

Paraules Efímeres, 15 de marzo de 2009.

Contrabajista 

La gente va saliendo de la sala del pequeño club. La actuación musical ya ha acabado. De los tres músicos que han actuado, dos ya han bajado del escenario, y en la barra toman cerveza y gin-tonic. El contrabajista recoge el cable, el afinador, guarda los papeles en su pulcra carpeta de partituras, pliega el atril. Hace balance de cómo ha ido el concierto, de su actuación individual, de su nivel de performance aquella noche. Se lo ha pasado bien. No ha estado especialmente brillante, pero sí dentro de sus márgenes habituales de solvencia artística, de profesionalidad, haciendo valer los recursos que le han permitido vivir de la música todos estos años a copia de voluntad y esfuerzo. Los años y el esfuerzo que le han compensado con justicia, de forma casi proporcional a la gran cantidad de cabello que ya ha perdido. Pasa de los cincuenta, y sabe que ya no pasará a la historia del jazz. Ni tocará en festivales internacionales. Ni se presentará a los lugares dónde toca con un BMW, como vio una vez en Alemania. El contrabajista en BMW, el saxofonista en un Audi. Un baterista con bambas rojas en un Opel de gama alta. En fin, Europa es Europa, y empieza más allá de los Pirineos.

Pero es músico contrabajista, y está contento y orgulloso de tocar y vivir de lo que toca. De hacer lo que le gusta. Y hay momentos en que casi, por todo esto, se siente feliz. Pero ser feliz a veces tiene que ver con más cosas que esto. Su felicidad no es eufòrica. La alegría no es un halo que le rodee y que se perciba alrededor suyo. La suya es más bien una felicidad tranquila, plácida, derivada de asumir que, si bien hay vacíos en su vida que ya son difíciles dellenar, si lo asume y no piensa demasiado es casi como si estos vacíos no existieran.

Piensa, mientras recoge, en la primera escena deAmerican beauty. A él le pasará una cosa parecida a la de aquel personaje, y es que, tras la magia de haber tocado, después de que le hayan aplaudido, a partir de aquel momento y durante las próximas veinticuatro horas todo será peor. Bien, tampoco quiere dramatizar, seguramente sólo es que todo será más gris, más neutro, más apagado. Pero bueno, en veinticuatro horas volverá a subir a un escenario y hará lo que un día, hace muchos años, decidió que quería hacer porque nada en el mundo le satisfacía más.

Agachado, encima del pequeño escenario, mientras pliega la pica de su contrabajo, nota como una mano le toca el culo. Rápidamente piensa en la típica broma del baterista, y se dispone a no hacer caso, pero no, no ha sido una mano tosca, sino una mano pequeña y delicada, ha sido un toque tímido, fino, pero preciso. Se gira. Se encuentra frente a frente con un rostro enmarcado por una preciosa cabellera de rizos rojos. Con unos ojos de bronce que lo miran con incertidumbre.

En mínimas fracciones de tiempos los fuegos de artificio inundan el interior de su cabeza. Se pregunta qué frase de sus solos ha podido fascinar a aquella chica joven, atractiva, que lo mira plantada enfrente suyo, entre expectante e inquieta ; cuál de sus notas ha hecho saltar dentro de ella el resorte de la admiración y de la atracción; qué orígen misterioso hay detrás de aquella bendita sorpresa. Pero no, algo no encaja y de pronto todas las luces de la ilusión se apagan.

-Es evidente que se trata deuna apuesta, no? -le pregunta.

Ella asiente con la cabeza. Y el contrabajista estalla a reír. Ella también se echa a reír, y riendo se miran un rato, y ella riendo le agradece que él también se ría y que encaje tan bien su atrevimiento. Al fondo de la sala, junto a la puerta de entrada, ve la mesa del amigos de ella, que también se ríen. Y ellos dos continúan riéndose, hasta que riéndose se da la vuelta ella y se aleja, y riéndose se levanta el contrabajista para coger la funda gris de su contrabajo y acabar de recoger sus cosas.

Baja del escenario y se va a la barra, con sus compañeros, que no han visto nada. Pide una cerveza. Comentan la actuación, sin demasiado entusiasmo ni ganas, cambian de tema y se ponen deacuerdo para la cita de la noche siguiente. Es el primero en irse, que todavía tiene una hora de camino hasta su casa y está cansado. No se espera a cobrar, dice que le cojan su parte y que ya se la darán al día siguiente, que de un día para el otro no lo necesita.

Cargado con el contrabajo, antes de salir por la puerta de la sala del club, tiene que pasar por el lado de la mesa dónde está la chica de los rizos rojos. De reojo ve como los amigos medio se ríen. La mira. Se miran. Ella, discretamente abre la palma de la mano por decir adiós, y discretamente, con los ojos de color de bronce dice “disculpa”.

Antes de traspasar la cortina de terciopelo negro de la salida, se para.

-Quiero el treinta por ciento.

Y con el gesto más cómplice, con su sonrisa más franca, la mira per última vez y se va.

Escribe

Desde un rincón anónimo de un suburbio, de un polígono de extrarradio, desde un agujero en medio del cemento armado, desde un punto de luz en las alturas de un conglomerado de hormigón, un espíritu rebelde y nihilista teclea. Escribe. Costruye historias sórdidas y descarnadas. Duro y desencantado, de vuelta de todo, oscuro y blasfemo, conserva,  aún así, un punto esencial de romanticismo que hace que quien lo lee se enamore de la vida a través de sus palabras. Porque la vida está hecha de muy pocas cosas, y todas ellas muy básicas: un blues, una cintura exacta, una cama ganada a pulso, una dignidad de piedra picada. Es tan poca cosa la vida que no hay tiempo que perder ni con la mística ni con la petulancia. Sólo vida, perfume de cuerpo desnudo, cabellera abierta al placer y al abrazo.

Desde un agujero sobre el asfalto, bajo la pura noche estelada, repite sobre el papel, una y cien veces, la verdad de un mundo sin Dios, la historia de una vida que poco a poco se nos acaba.

Mirada

Reconocería esta forma de mirar en cualquier punto de este universo, en cualquier rincón de esta tierra. No dejará nunca de conmoverme esta forma de decir con tus ojos que confías, que sabes ver qué hay detrás de mis gestos, unas veces más estrambóticos, otras más acertados.

Me conmueve la caricia del respeto, el tacto de esta alma desnuda que depositas en mis manos. Es sabia y honda esta belleza, esta luz que me salva de tantas otras amarguras.

De esta forma de mirar, tan tuya, tan de todos los ángeles del cielo, recibo el mandato supremo de no decepcionarte nunca.

4 thoughts on “Al castellano

  1. fantástico lo de Major Tom, me encanta esa canción… y todas las de Bowie.
    No hablo catalán. Sólo se decir Bona tarda a tutom (fonéticamente escrito), así que espero más traducciones.
    Gracias por pasarte!

  2. HOla, me gusta este espacio, ahora estoy en Caen, sin plan porque salimos a caminar por un bosque y paramos a leer. Terminé mi libro y aprovecho el aparateje de mi compañero para venir a este espacio que siempre hay algo nuevo para escuchar.

    últimamente consulto cosas de francesc torralba, si me falta pereza, pongo algo por aquí, creo que vale la pena, por ahora, recomiendo “el placer de ser escuchado” que habla no de la importancia de este placer para uno mismo sino para el receptor de la acción, del importante papel que tiene en la sociedad “el que escucha” y que lo hace bien.

    “Ser escuchado es un acto de liberación, pero también de catarsis”

    “No cabe duda que hablar bien o escribir correctamente exige un arduo esfuerzo, pero también lo exige la práctica de la escucha, pues se interponen un sinfín de obstáculos en el proceso de escuchar. Sin embargo, no se valora del mismo modo.”

    son frases que están juntas pero creo que deben ser citados por separados. Escuchar es una gran responsabilidad…

    =)

    un saludo =)

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